Honduras ayer y hoy
Eduardo Rothe
Tenía 9 años y estaba en tercer grado cuando vi mi primer helicóptero, un Sikorsky con grandes letras USAF de la Fuerza Aérea de Estados Unidos pintadas en sus costados, que vino por encima de los árboles a detenerse en vuelo estacionario a unos 40 metros sobre el patio de recreo del colegio salesiano San Miguel en Tegucigalpa.
Desde la puerta del aparato dos militares gringos, grandes y rubios como en las películas, nos arrojaron nubes de revistas de dibujos, “comic books” de excelente factura con historias de hombres y mujeres que con mucho peligro habían logrado atravesar la “cortina de hierro” para huir del comunismo hacia la democracia, guiados por “Radio Europa Libre”.
Eran los tiempos de la invasión a Guatemala, desde Honduras, por mercenarios de la CIA que iban a derrocar, y derrocaron, al Presidente Jacobo Arbenz.
Año nuevo en la United Fruit
Noche de Año Nuevo en el puerto de Tela, en el Caribe hondureño, una pequeña ciudad en territorio de la bananera, calles limpias bordeadas de palmeras, casas de madera con cercas pintadas de blanco, estilo Zona del Canal en Panamá.
El acontecimiento era la fiesta en el club de la United, a la cual mis padres fueron invitados por un matrimonio amigo, un ingeniero hondureño y su esposa. En el puerto estaba fondeado el gigantesco yate de uno de los directores de la United Fruit, que llegó borracho a la celebración del Año Nuevo, del brazo de una despampanante portorriqueña que tendía aspecto de no ser su esposa ni la de nadie.
Se pusieron a bailar y siguieron sin parar hasta que, a media noche, la orquesta comenzó a tocar el himno de Honduras. El gringo siguió bailando. Estupor general. Un teniente del ejército hondureño, en uniforme de gala, se acercó a la pareja y le tocó el hombro al hombre: “Caballero, usted está bailando nuestro himno nacional”. El gringo siguió bailando, y a la tercera llamada de atención respondió, por encima del hombro y molesto, que no entendía.
El teniente se dirigió a la portorriqueña, quien tradujo. “I don’t care”, no me importa, fue la respuesta del ejecutivo. El teniente se quedó paralizado, sin saber qué hacer. Luego caminó hacia los músicos, los apuntó con su pistola .45 y ordenó: “El Himno de los Estados Unidos”.
Se escucharon los primeros compases del “Star Spangled Banner” y todo el mundo salió a bailar… Luego vino la tángana y la fiesta de fin de año terminó mucho antes de lo previsto, con lámparas en el piso y comida en el cielo raso.
Marines en patrulla
Años 80. Maniobras conjuntas de los Marines de Estados Unidos con fuerzas de Honduras, desde el Puerto de La Ceiba hasta la frontera con la Nicaragua en guerra. Una patrulla de Marines avanza en fila india por la selva, unos sesenta hombres bien armados y equipados. El oficial ordena descansar.
Al reanudar la marcha ordena dejar en el suelo las armas y equipos. Caras de asombro y alguna que otra pregunta. Pero es una orden y se cumple. Cuando los Marines se marchan los “Contras” recogen el equipo, las armas y municiones.
Bastardos de Negroponte contra la democracia
Durante medio siglo Honduras fue utilizada por los Estados Unidos como una plataforma para agresiones contra Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Cuba… Y con el asesino Negroponte como embajador de Estados Unidos, Honduras fue una base de “contrainsurgencia” en el Caribe, terminal aéreo de vuelos de la muerte, lugar de tortura, asesinatos y desapariciones.
El Presidente Celaya y su equipo representan la Honduras de hoy, que dio la espalda a ese pasado siniestro en que el verdadero poder estaba en las bananeras y en la embajada gringa.
Ahora el pueblo tiene voto y, además, voz. Voz participativa, que los golpistas, hijos bastardos de Negroponte, quieren ahogar en sangre de bayoneta. Pero el pueblo hondureño despertó y ha echado a andar, y nada debe pararlo en su camino.
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