Por: María Elvira Samper
CON EL RESPETO QUE ME MERECE EL Heraldo de Barranquilla, confieso que me ha parecido repugnante e ignominioso el cubrimiento que ha hecho del caso de Clarena Acosta, asesinada por su esposo Samuel Viñas. Paso a paso, incluso vía Twitter, el diario ha revelado detalles que han surgido en el juicio sobre la vida tormentosa y atormentada de la pareja, sin consideración alguna por sus hijos y su familia.
Me queda el sabor amargo de la explotación amarillista, morbosa y casi obscena de dramas que, como este, mal llamados crímenes pasionales, son presentados como hechos aislados, una forma sutil y perversa de distorsionar la verdad y de minimizar el impacto social de la violencia que sufren las mujeres en la intimidad de sus casas.
Según Medicina Legal, la violencia intrafamiliar es un fenómeno creciente. Por ejemplo, entre 2008 y 2009 las denuncias pasaron de 71.632 a 75.490. La intolerancia y los celos son la causa principal de más del 50% de los casos y cada año les cuesta la vida a cerca de 100 mujeres. Más grave aún es que, de todos los crímenes, este es el que recibe cierta justificación y comprensión sociales: "Estaba fuera de sí", "perdió el control", "estaba loco de amor", "lo cegaron los celos", "la quería demasiado"... Una y mil explicaciones complacientes y compasivas que no pocas veces van adobadas con un ingrediente adicional que refuerza la justificación: decepción, "cuernos" o provocación insoportables.
Los jueces no escapan a esta óptica y pese a que el delito está tipificado como homicidio agravado, tienden a buscar atenuantes: "El móvil que encontramos en este horripilante acto es el amor, por amor, por exceso de amor se comete delito y por eso hay que mirarlo con el alma", dice un expediente citado por la atropóloga Myriam Jimeno en un estudio sobre el tema*. El exceso de amor, la pasión, la ira e intenso dolor, los celos se convierten en factores que explican el rapto de locura, y como suceden en el ámbito privado de la pareja los llaman crímenes pasionales. Así, no hay propiamente asesinos, sino hombres apasionados, locos de amor o de celos que, de un momento a otro, perdieron a razón.
Las investigaciones revelan, sin embargo, que más del 90% de esas muertes son el punto final de una cadena previa de agresiones y maltrato. Detrás de cada una hay un historial de amenazas, advertencias, notificaciones, planeación. Son muertes anunciadas, podrían haberse evitado.
Deberían saberlo los periodistas que cubren esos casos pero, atrapados como están en una cultura machista y por mitos culturales como los del amor-pasión o el amor como sufrimiento ("porque te quiero, te aporrio"), caen en la trampa de culpar a la pasión del acto violento y al hablar o escribir sobre "crímenes pasionales", contribuyen con el lenguaje a ocultar un problema social: la violencia generalizada contra las mujeres y de la cual el asesinato es el hecho extremo.
Para decirlo con todas las letras, el concepto de crimen pasional no es un concepto neutral, aséptico, inocente. Responde a una larga tradición de discriminación y violencia contra las mujeres y perpetúa la idea del victimario como poseído por fuerzas incontrolables, demenciales, que lo llevan a cometer un acto irracional que de alguna manera lo excusa. Nada más perverso. Mejor que los hombres no nos quieran tanto.
Un llamado, entonces, a no tratar en forma superficial, novelesca y truculenta, poco rigurosa, casos como el de Clarena Acosta. Los "crímenes pasionales" son simple y llanamente crímenes. Sin atenuantes.
* Jimeno, Myriam: Crimen Pasional: contribución a una antropología de las emociones, un estudio comparativo entre Brasil y Colombia (Universidad Nacional, 2004).
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