miércoles, 26 de noviembre de 2008

Babosa 'quiteñidad'


Marcelo Medrano
Columnista
mmedranoh@hotmail. com

Me comenta: 'las próximas fiestas de Quito estarán muy bonitas'. Sin embargo, aparte de dudarlo, me pregunto si realmente existe algo así como una 'quiteñidad' por celebrar. Le explico. Las fiestas de Quito se apoyan en dos eventos. Por un lado, la elección de la reina de la ciudad: criatura generalmente carente de neuronas o con las mínimas necesarias para aprenderse guiones de simples preguntas y babosas respuestas, vestiditos y sonrisitas zonzas; estrictamente soltera, pues debe pertenecer a la comunidad; y, eso sí, de clase media o alta pero 'comprometida' con la capital, pues su presencia adornará cenas de beneficencia y cocteles municipales o, a futuro, algún canal de televisión. Por otro lado, la capital ecuatoriana, que conmemorará los doscientos años de un Primer Grito de la Independencia, hinca su rodilla, baja la mirada y se viste a la española: actúa ezpañolízzimamente: pienza y ziente con evidente añoranza de una época colonial en la cual palabrejaz como democrazia, derechoz, igualdad y juztizia no tenían mayor zentido.

Entonces usted, tan quiteñízimo como es, con su amplio sombrero y una bota llena de algún importado vino, me mira clavándome la mirada como una puya y dice: '¡Claro, uzted debe zer de ezos vagoz que hablan de una 'reziztenzia indígena' y que ziempre proteztan contra laz corridaz de toroz! Tenemoz una herenzia ezpañola, ¿no la recuerda? Y deje de moleztar que ya viene el zeñor burgomaeztre,… , zí, ya llegaron la reinita y el zeñor alcalde, tan preziosa criatura,…, la reina, no el alcalde, por zupuezto. Y ¡olé!'.

Y, ¡claro que recuerdo la herencia española!, una presencia que explotó y asesinó, por tres siglos, a cientos de millones de indígenas en nuestro continente, y que no termina de colonizar las cabezas. Aunque sangre india-negra corra por las venas de quiteños y ecuatorianos, las 'fiestas' de diciembre celebran la gracia de dios de la presencia española en nuestras tierras, y la mejor celebración obviamente debe ser con sangre y con la bendición de la Iglesia. La plaza de toros, entonces, se españoliza: atuendos, diálogos y gestos ibéricos, vestimentas, bromas y actitudes hispanas nos ubican en un pedazo de terreno extraño al actual Ecuador: es una especie de santuario de los valores de una aristocracia quiteña que añora los tiempos en los cuales su palabra era la ley.

Adentro, en un ritual anual, aquella gente se siente, como hace siglos, dueña de todo lo existente en estas latitudes, incluso de las vidas de los otros: despreciando todo aquello que huela o recuerde a estas tierras, y a falta de espaldas de indios donde descargar los azotes, los lomos de los toros serán acuchillados; las estocadas, la baba, los orines y los vómitos de sangre de los toros transportan a los espectadores a una época dorada en la cual sus ancestros, los hacendados, eran dueños de todo y demostraban su poder con los azotes y flagelaciones a los indígenas, y se solazaban con la baba, los orines y las sangres indias.

¿Viva Quito?... ¡Vaya babosa 'quiteñidad' a la cual uzted, el Munizipio y muchoz medioz de comunicazión invitan!

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